Arturo
Pérez-Reverte "Ellos también son gilipollas"
Consuela comprobar
que en todas partes cuecen habas, y que otros, a veces, incluso las cuecen
más gordas. El daño colateral, sin embargo, es que, como toda
estupidez suele ser contagiosa, y España -lugar donde una ardilla
podría recorrer la península saltando de idiota en idiota- es lugar
bastante propenso a tales contagios, al final las habas gordas de los
demás también acabamos, indefectiblemente, cociéndolas
nosotros. Con lo que no hay disparate guiri digno de telediario que, tarde o
temprano, no acabe siendo adoptado, con militante entusiasmo, por nuestros
tontos del haba de aquí.
La última es tan excelsa que no me resisto a contársela. En Gran
Bretaña, impulsada por una oenegé llamada Action for Children
-gente que parece de lo más respetable, por otra parte-, están
preparando la que llaman allí, y no es coña, Ley Cenicienta;
aunque habría sido más bonito, más literario y más
inglés llamarla Ley Dickens. Pero, bueno. En cualquier caso, como su
apodo sugiere a quien haya leído lo de los hermanos Grimm, esa
modificación legal pretende que los padres que priven a sus hijos de
abrazos, besos o muestras de cariño se enfrenten a penas que
irían desde multas hasta diez años de cárcel.
Según el Daily
Telegraph, que comenta el asunto, se pretende modificar la
legislación vigente para introducir como delito la crueldad
emocional paterna, situándola casi al mismo nivel de los abusos
físicos o sexuales. Y ahí no hablamos ya de malos tratos a
niños, incluso psicológicos -punto sobre el que no hay
discusión ni matiz posible-, sino de si se les besa y abraza lo
bastante, se les dice hijo mío cuánto te quiero, y cosas
así. Cómo se evalúa eso es lo de menos: ya se irá
viendo. Lo que cuenta es que los padres culpables de ignorar afectivamente a
sus hijos o de no darles suficiente cariño, perjudicando así su
desarrollo emocional, puedan ser detenidos por la policía y llevados
ante un tribunal, donde un juez decidirá sobre el asunto después
de averiguar -calculen la finura que se le supone a su señoría-
si el niño se siente lo bastante amado por sus padres, si éstos
le dan besos y abrazos suficientes, o si, por el contrario, muestran una
frialdad afectiva que, según la oenegé antes citada, «puede
producir problemas de salud mental y, en algún caso, el suicidio».
No cabe duda de que
el bocado es tan jugoso, tan de telediario, tan fácil de manejar una vez
adobado con la demagogia idónea, que de aquí a nada tendremos en
España bellas iniciativas como ésa. Bofetadas habrá para
apropiarse el bombón y masticarlo. Todo, claro, con la etiqueta
política de cada cual, derecha e izquierda -está científicamente
probado que los maltratadores siempre son de derechas-, y planteado mucho
más a lo radical que en Gran Bretaña -donde, por cierto, uno de
los paladines de esta ley es un diputado conservador-.
Si en España basta que una
señora diga en una comisaría que su marido o su novio la
maltratan para que, con sólo su palabra, sin averiguación ni
comprobación previa y garantía mínima de veracidad, el
fulano pase esa primera noche automáticamente en un calabozo, y mañana
ya veremos, calculen cuando haya de por medio, con una ley Cenicienta sobre la
mesa, un niño -y eso incluye cabroncetes de hasta dieciséis
años- que llega y dice: «Oiga, señor policía, mis padres
no me quieren lo suficiente, eso perjudica mi desarrollo emocional y un
día de éstos acabaré suicidándome». Esposados salen
de casa, como el Lute. No les quepa a ustedes la menor.
Y es que esto es
España, recuerden. Así que los progenitores poco afectuosos
pueden ir poniendo los pavos a la sombra. Imaginen a un juez, según
respire, estableciendo si los abrazos que tal o cual madre da a sus
retoños son apretados de achuchón o sólo fríos
gestos para cubrir el expediente. Si supone delito no arropar a un hijo y
leerle cuentos hasta que se duerme. Si es punible, o no, que mientras un padre
hace la declaración de Hacienda, ocupado en desear un futuro de
felicidad al ministro Montoro y a todos sus muertos, no bese a su hija cada vez
que ésta pasa cerca. Si es frialdad afectiva prohibir al niño
matar vampiros en la videoconsola hasta las tres de la madrugada, o hasta
qué punto el hecho de que por imprevisión paterna se acaben los
crispis para el desayuno puede causar trastorno emocional, con el
correspondiente suicidio cuando cumples los cuarenta tacos.
Imaginemos, en
resumen, el interesante panorama paterno-filial que puede abrirse aquí
con una ley semejante. Las deliciosas escenas. Todas esas madres
abalanzándose enloquecidas sobre sus criaturas de quince años, a
la salida del cole, rivalizando en colmarlos de besos y abrazos ante sus compañeros.
Por si acaso.
XLSemanal - 16/06/2014